viernes, 10 de febrero de 2012

La esclavitud de las Kellys


El caso de las camareras de piso en los boyantes hoteles españoles resume muy bien el espíritu de la reforma laboral que ya ni siquiera el PSOE pretende derogar. Los defensores de esta nueva forma de esclavitud son variados, pero les une una máxima: el factor trabajo es una mercancía y como tal debe ser tratado. Por ello debe primar la ley de la oferta y la demanda y el resultado es un salario de miseria, llamado de equilibrio por la jerga neoclásica, y unas condiciones laborales tan leoninas que permiten que el sector pueda presumir de cifras estratosféricas, mientras sus camareras de piso son adictas a la morfina.
Esta nueva forma de esclavitud, disfrazada de flexibilidad, es consentida y favorecida por empresarios del sector hotelero, salvo contadas excepciones como Antonio Catalán de AC, según su propia versión, pero sobre todo por los economistas y Centros de Pensamiento (FEDEA, FUNCAS, FAES, etc.) que están encantados con esta nueva realidad laboral.
Las recomendaciones de este tipo de lobbys de pensamiento único llevaban mucho tiempo arengando sobre la imperiosa necesidad de terminar con los convenios de sector y favorecer los convenios de empresa, porque ello favorecería a las empresas más pequeñas, y más vulnerables, y así los trabajadores podrían preservar sus puestos de trabajo, a consta eso sí, de menores salarios y peores condiciones laborales.
Pero no solo ha sido la terminación de los convenios de sector lo que ha generado una pérdida de calidad del empleo y la salud laboral. La tolerancia en la capacidad de subcontratar por parte de muchas de estas empresas, deja a los trabajadores sin apenas capacidad de reivindicación, sin derechos y al albur de empresas que acaban pagando en forma de peonadas: 2,5 € por habitación. Esta ha sido la gran conquista de las empresas hoteleras. Han dejado de tener trabajadores en plantilla, lo que les ahorra el coste laboral presente y el pasivo laboral futuro, y han trasladado el riesgo hacia empresas multiservicios, que, a su vez, lo transfieren a terceros, perdiéndose todo rastro para una posible reivindicación.
Ahondando más en la consideración de mercancía, la reforma laboral también permite despidos objetivos por sucesivas bajas por enfermedad, tratando de insuflar en el trabajador la sensación de que es un vago y utiliza el absentismo como fórmula de cobrar y no trabajar. Esta falacia, sin menoscabo que exista picaresca, pero nunca se puede generalizar, se topa con la realidad de la situación de las camareras de piso.
Estas trabajadoras, a las que nadie defiende desde la administración, sufren lesiones crónicas, dolores permanentes y cuya calidad de vida, pero también su dignidad, se ha visto reducida y ninguneada, con el beneplácito del mundo empresarial y académico.
Esto revela que el tratamiento del factor trabajo como una mercancía no tiene en cuenta la salud laboral, ya que las mercancías no enferman, y sólo hay que tener en cuenta su caducidad en el caso de las perecederas.
La dinámica de este sector es clara. La propia norma les permite utilizar mano de obra esclava que obliga a limpiar habitaciones a razón de 20 minutos cada una, con el objetivo de llegar a las 400 si quieren alcanzar un salario de 800€. Algo parecido a los pacientes que atiende diariamente el hermano médico del flamante Vicesecretario de Comunicación del PP.
Las empresas así escapan de tener que cumplir el convenio de hostelería que prevé diversas medidas para preservar el descanso y la salud laboral de las trabajadoras, y obligando a pagar un salario mínimamente digno. Las empresas contratistas, que adquieren el derecho a limpiar los hoteles, transforman estos derechos en condiciones mucho peores, asignando este colectivo a convenios propios, normalmente del sector de limpieza, manifiestamente peor pagados que el de hostelería, generando pingües beneficios para ambas partes.
Lo testimonios de algunas valientes de este colectivo, siempre fuera de cámara por miedo a las represalias, son escalofriantes. Mujeres que van todos los días a trabajar con dolores, dopadas de morfina y trato despectivo por parte de muchos empresarios, pequeños y grandes, que han visto como la reforma laboral les abre un filón de beneficios futuros, con niveles de conflictividad laboral nulos. El miedo a perder un salario de miseria en esta población pobre es un seguro de vida para continuar esta forma de capitalismo salvaje, siempre dentro de la legalidad. La falta de reconocimiento de enfermedades profesionales en este colectivo les aboga a trabajar en condiciones lamentables, sin que nadie presione para que acabe una práctica que, en cualquier sociedad civilizada, debería estar prohibida.
Cuando alguien pregunte cuál es al valor de la negociación colectiva sectorial, frente a la empresarial y la subcontratación en cadena, que analice el segmento de las camareras de piso en los hoteles, tal vez el mejor exponente de la nueva forma de esclavitud laboral.
Los ideólogos de esta forma de relaciones laborales, mayoritarios hoy entre los legisladores, empresarios, inspección de trabajo y académicos, han logrado que nos creamos que somos mera mercancía que no se puede poner enfermo y que somos los responsables de la competitividad de nuestra economía.
Lo malo es que los legisladores que podrían sustituir a los actuales han estudiado los mismos manuales y creen en los mismos credos: el trabajo es una mera mercancía. Solo una posición de boicot del consumidor concienciado socialmente podría ayudar, junto a nuevos gestores y nueva legislación, a acabar con este cúmulo de abusos laborales en pleno siglo XXI.

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