viernes, 20 de mayo de 2016

ESO Bloque 2. La era de las revoluciones liberales Editorial ANAYA

Bloque 2. La era de las revoluciones liberales

Contenidos
Las revoluciones burguesas en el siglo XVIII
La Revolución Francesa
Las revoluciones liberales y la Restauración en el siglo XIX en Europa y América: procesos unificadores e independentistas. Los nacionalismos.

Criterios de evaluación
1. Identificar los principales hechos de las revoluciones burguesas en Estados Unidos, Francia y España e Iberoamérica.
2. Comprender el alcance y las limitaciones de los procesos revolucionarios del siglo XVIII.
3. Identificar los principales hechos de las revoluciones liberales en Europa y en América.
4. Comprobar el alcance y las limitaciones de los procesos revolucionarios de la primera mitad del siglo XIX.

Estándares de aprendizaje evaluables
1.1. Redacta una narrativa sintética con los principales hechos de alguna de las revoluciones burguesas del siglo XVIII, acudiendo a explicaciones causales, sopesando los pros y los contras.
2.1. Discute las implicaciones de la violencia con diversos tipos de fuentes.
3.1. Redacta una narrativa sintética con los principales hechos de alguna de las revoluciones burguesas de la primera mitad del siglo XIX, acudiendo a explicaciones causales, sopesando los pros y los contras.
4.1. Sopesa las razones de los revolucionarios para actuar como lo hicieron.

4.2. Reconoce, mediante el análisis de fuentes de diversa época, el valor de las mismas no sólo como información, sino también como evidencia para los historiadores.

ESPAÑA. LA CRISIS DEL ANTIGUO RÉGIMEN

1.1. Los cambios revolucionarios y sus limitaciones
En España, el siglo XIX fue un periodo de transformaciones en el que desaparecieron las estructuras políticas, económicas y sociales del Antiguo Régimen. Pero el alcance limitado de las mismas dejo retrasada España respecto a las grandes potencias europeas.
 El absolutismo dio paso a un sistema liberal. Pero este cambio se produjo en un ambiente de gran inestabilidad marcado por las guerras civiles, los golpes de Estado militares y la pérdida del imperio colonial.
La población creció, pero de forma moderada; y la economía se modernizó, pero los progresos fueron tardíos, lentos y menos intensos que en otros países europeos, por lo que España siguió siendo un país agrario.
Se estableció una nueva sociedad de clases basada en la riqueza. Pero los terratenientes mantuvieron una gran influencia, la burguesía y el proletariado crecieron poco, y el campesinado siguió siendo mayoritario.

1.2. El reinado de Carlos IV (1788-1808)
Carlos IV accedió al trono en 1788 a la edad de 40 años, y enseguida dejó el poder en manos del primer ministro, Manuel Godoy. Durante su reinado se inició la crisis política del Antiguo Régimen, bajo la influencia de la Revolución Francesa.
El temor a su propagación en España provocó el cierre de fronteras; la finalización de las reformas ilustradas, consideradas inspiradoras de la revolución; y la declaración de la guerra a Francia, tras la ejecución de Luis XVI en 1793. En el transcurso de la guerra, los franceses invadieron el País Vasco y Navarra, lo que obligó a Godoy a firmar la Paz de Basilea en 1795.
En 1807, Godoy dio un giro a su política y se alió con Napoleón tras la firma del Tratado de Fontainebleau. En él se acordaba la invasión y el reparto de Portugal, que no aceptaba el bloqueo económico contra Reino Unido decretado por Napoleón. Con este pretexto, las tropas francesas entraron en España.
Pero la ocupación de los puntos estratégicos de la Península dejó clara su intención de invadir también España. Este hecho provocó el motín de Aranjuez (1808), una sublevación popular contra la política de Manuel Godoy instigada por el heredero del trono, el futuro Fernando VII. Como consecuencia, Carlos IV depuso a Godoy y abdicó en su hijo Fernando.
Napoleón aprovechó hábilmente las desavenencias de la familia real: atrajo a padre e hijo a Bayona (Francia), logró que ambos abdicasen en él (abdicaciones de Bayona), y cedió el trono de España a su hermano José Bonaparte.

1.3. La formación de grupos ideológicos
José I Bonaparte reinó en España entre 1808 y 1813. En este tiempo, implantó el llamado Estatuto de Bayona, que establecía un sistema político conservador en el que el rey tenía el poder ejecutivo y la iniciativa para proponer leyes, y realizó algunas reformas. Entre ellas, el establecimiento de derechos para los presos, la abolición de la tortura y la supresión de los privilegios de la nobleza.
Estos acontecimientos dividieron a los españoles en dos grupos ideológicos:
Los “afrancesados” aceptaron la nueva monarquía y apoyaron sus reformas. Constituyeron un reducido grupo de españoles integrado por miembros de la nobleza y del alto clero y, sobre todo, por funcionarios.
Los “patriotas” se negaron a aceptar a un monarca extranjero, impuesto por las armas. En este grupo se incluyeron la mayoría del pueblo, que defendió la soberanía de Fernando VII y los valores tradicionales (Dios, patria, rey); y los liberales, en su mayoría burgueses y profesionales liberales que querían acabar con el Antiguo Régimen y elaborar una constitución.

2. La Guerra de la Independencia y la revolución liberal (1808-1814)
El destronamiento de los Borbones y la invasión de las tropas francesas provocó un doble proceso: una guerra de liberación contra la invasión francesa; y el inicio de una revolución liberal contra el absolutismo. Esta última se llevó a cabo en las Cortes de Cádiz.
2.1. La guerra de la Independencia
La irrupción de los franceses provocó el levantamiento del pueblo de Madrid el 2 de mayo de 1808. Su extensión a otras ciudades supuso el inicio de la guerra de la Independencia.
En las ciudades, la lucha contra la ocupación se realizó mediante la resistencia y el levantamiento contra los franceses. Y en el campo, mediante guerrillas[1], o ataques por sorpresa al enemigo.
En la primera fase de la guerra se frenó el avance francés, ante la resistencia encontrada en ciudades como Girona, Zaragoza, Valencia y Cádiz, y la victoria en la batalla de Bailén (1808). Napoleón acudió entonces a España con 250.000 soldados y recuperó casi todo el territorio.
A partir de 1812, aprovechando los problemas de Napoleón en Rusia y con ayuda de un ejército británico desembarcado en Portugal, los franceses fueron derrotados en Arapiles, Vitoria y San Marcial. Como consecuencia, Napoleón reconoció a Fernando VII como rey de España y de las Indias en el Tratado de Valençay (1813), y se retiró de España.

2.2. Las Cortes de Cádiz y la Constitución de 1812
La revolución liberal contra el absolutismo ocurrió de forma paralela a la guerra. Ante el vacío de poder creado por la ausencia de los reyes, los patriotas crearon juntas provinciales de defensa, para dirigir la guerra.
El poder lo asumió una Junta Suprema Central, con las funciones de coordinar la guerra y realizar las reformas políticas y sociales que necesitaba el país. Para ello, la Junta Suprema convocó unas Cortes en Cádiz (1810), elegidas por sufragio universal masculino.
Entre los diputados de las Cortes había absolutistas, defensores de la soberanía real y del mantenimiento del Antiguo Régimen; y liberales, partidarios de la soberanía nacional y de acabar con el Antiguo Régimen. Estos últimos lograron la mayoría y consiguieron que las Cortes realizasen reformas legales y aprobasen una constitución.
Las leyes aprobadas establecieron la libertad de imprenta (1810), y abolieron los señoríos (1811), los gremios (1813) y la Inquisición (1813). Con ellas se atacaban los fundamentos del Antiguo Régimen.
La Constitución de 1812, la primera en la historia de España, reconocía derechos individuales, como la igualdad ante la ley, y establecía la soberanía nacional y la división de poderes. Así, el absolutismo se sustituía por un sistema político liberal.

3. El reinado de Fernando VII. Absolutistas frente a liberales

3.1. Las etapas del reinado
En 1814, tras la guerra de la Independencia, Fernando VII regresó a España, donde fue recibido con grandes manifestaciones de júbilo por el pueblo. Su reinado (1814-1833) pasó por tres etapas, marcadas por los enfrentamientos entre absolutistas y liberales:
El Sexenio Absolutista (1814-1820). Fernando VII abolió la Constitución de 1812, anulando así la obra de las Cortes de Cádiz y persiguió a los liberales. Algunos se exiliaron, y otros trataron de alcanzar el poder mediante pronunciamientos o golpes de Estado militares.

Tras su regreso a España un grupo de 69 diputados absolutistas dirigió al rey un manifiesto pidiéndole la restauración del absolutismo. Este manifiesto animó al monarca a derogar la Constitución de 1812 y su obra.

El Trienio Liberal (1820-1823). En 1820 triunfó el pronunciamiento del comandante Rafael de Riego en Las Cabezas de San Juan (Sevilla). Asustado, Fernando VII juró la Constitución de Cádiz y aceptó que los liberales restablecieran la obra de las Cortes de Cádiz, como la supresión de los señoríos, la eliminación de la Inquisición, etc. Mientras tanto, Fernando VII lograba la ayuda de las potencias absolutistas de la Santa Alianza. Esta envió en 1823 un ejército francés, los llamados “Cien Mil  Hijos de San Luis”, que invadió España y permitió al rey restablecer el absolutismo.

El 1 de enero de 1820, el comandante Rafael de Riego realizó un pronunciamiento militar y emitió un bando estableciendo la Constitución de 1812.
La insurrección liberal se extendió por amplias zonas del país, convirtiéndose en una revolución encuadrada dentro de la oleada revolucionaria liberal europea de 1820.

La Década Ominosa (1823-1833). Se inició con la represión de los liberales. La situación cambió en 1830, con motivo del problema sucesorio, pues al nacer su hija Isabel, Fernando VII derogó la Ley Sálica que impedía heredar el trono a las mujeres. Don Carlos, hermano de Fernando VII y hasta entonces su sucesor, no la aceptó y recibió el apoyo de los absolutistas, lo que obligó a María Cristina, esposa de Fernando VII, a apoyarse en los liberales.

3.2. La independencia de la América española
En los últimos años del reinado de Fernando VII se produjo la independencia de las colonias españolas en América. El proceso fue promovido por los criollos[2], descontentos por su marginación política, los fuertes impuestos que pagaban y su discriminación social respecto a los peninsulares. Y se vio impulsado por la difusión de las ideas liberales y revolucionarias europeas; y por la ayuda militar de Estados Unidos y de Reino Unido. Se llevó a cabo en dos etapas:
La primera etapa (1810-1814) coincidió con la guerra de la Independencia, durante la cual se formaron juntas revolucionarias dirigidas por los criollos. Estas mostraron pronto tendencias independentistas, encabezadas por Simón Bolívar y José de San Martín; pero fueron reprimidas tras el regreso de Fernando VII a España.
La segunda etapa (1815-1825) tuvo lugar en el reinado de Fernando VII, que rechazó conceder cierta autonomía a las colonias. Gracias al apoyo británico y estadounidense, España fue derrotada en Pichincha (1822) y Ayacucho (1824), y su imperio colonial quedó reducido a Cuba y Puerto Rico, en América; y a Filipinas, en Asia.
Las nuevas repúblicas surgidas tras la independencia no lograron unirse, y quedaron en manos de jefes militares.

4. La consolidación liberal (1833-1874)

4.1. La época isabelina (1833-1868)

La etapa de las regencias
A la muerte de Fernando VII accedió al trono su hija, Isabel II, que contaba con solo tres años. Por eso, durante su minoría de edad ejercieron la regencia su madre, María Cristina (1833-1840), y el general Espartero (1840-1843).
En este periodo, el problema sucesorio desencadenó una guerra civil, la primera guerra carlista (1833-1839), que enfrentó a los absolutistas, defensores de don Carlos, con los liberales, partidarios de Isabel. La contienda finalizó en 1839, con la victoria de Isabel y el llamado Abrazo de Vergara[3].

El carlismo tuvo sus focos principales en el País Vasco y Navarra, y en algunos sectores de Aragón y Cataluña, que lo vieron como una ocasión para recuperar los fueros perdidos en el siglo XVIII.

El reinado de Isabel II
En 1843, Isabel II fue declarada mayor de edad y se inició su reinado personal. Durante el mismo se consolidó el régimen liberal, basado en un sistema de partidos políticos.
El reinado, sin embargo, se caracterizó por una gran inestabilidad política, motivada por el enfrentamiento entre dos partidos liberales: el moderado, integrado por la alta burguesía y algunos sectores de la clase media (profesionales liberales, propietarios, jefes y oficiales del Ejército, etc.); y el progresista, formado por las clases medias urbanas, como pequeños comerciantes y empleados.
Al llegar al poder, cada partido trató de imponer sus ideas, redactando una constitución a su medida:
En la llamada Década Moderada (1844-1854) se impuso la Constitución de 1845.
En el Bienio Progresista (1854-1856) se redactó la Constitución de 1856, que no llegó a publicarse.
Y en los últimos años del reinado (1856-1868) se alternaron en el poder los liberales moderados y un nuevo partido de centro, la Unión Liberal. Además, surgieron nuevos partidos opuestos al régimen liberal: los demócratas, defensores del sufragio universal masculino; y los republicanos, que querían abolir la monarquía.
En 1866, los demócratas, los republicanos, los progresistas y la Unión Liberal firmaron el Pacto de Ostende, para derrocar a la reina y convocar Cortes Constituyentes por sufragio universal masculino.

4.2. El Sexenio Revolucionario (1869-1874)
En 1868 triunfó una nueva revolución, conocida como “La Gloriosa”, y la reina se exilió. Se formó entonces un Gobierno Provisional que promulgó la Constitución de 1868, de carácter más democrático, pues reconocía los derechos de expresión, prensa, reunión y asociación; la soberanía nacional; la división de poderes y, por primera vez en la historia española, el sufragio universal masculino. A continuación, siguieron dos periodos con distinta forma de Estado:
La monarquía democrática (1871-1873) recayó, por elección del Gobierno, en el italiano Amadeo de Saboya. Este tuvo que enfrentarse con la oposición política de los republicanos y de los partidarios de los Borbones; y con varias insurrecciones militares. Ante esta situación, Amadeo abdicó en 1873 y se proclamó la Primera República.
La Primera República (1873-1874) fue un período de gran inestabilidad política. Los republicanos estaban divididos entre unionistas, partidarios de un Estado centralista; y federalistas, defensores de un Estado descentralizado. Además, una nueva guerra carlista, la guerra en Cuba y la insurrección de ciertos municipios, como Cartagena, que se proclamaron cantones o repúblicas independientes, provocaron varias crisis de gobierno. Esta situación favoreció la restauración de la monarquía borbónica en 1874.

5. La modernización económica (I). La población y la agricultura

5.1. El crecimiento demográfico
Entre 1788 y 1874 la población española creció con moderación, pasando de 10,5 a 16,5 millones. Las causas fueron las mejoras en la alimentación, por la difusión del cultivo de maíz y patata y la extensión de los cereales; y los avances de una incipiente medicina preventiva.
La mayoría de la población se concentraba en la periferia peninsular y vivía en el campo. La migración más destacada del período fue el éxodo rural hacia las nuevas capitales provinciales y aquellas ciudades de Cataluña, el País Vasco y Madrid que implantaron industrias modernas. Como consecuencia creció la población urbana.

La población se concentraba en las zonas de relieve llano, baja altitud, clima cálido y proximidad al mar, como la costa levantina y los valles atlánticos; y en las zonas de mayor prosperidad económica, como Cataluña, el País Vasco y Madrid.

5.2. Las transformaciones agrarias

La abolición del régimen señorial
Las Cortes de Cádiz decretaron en 1811 que los señoríos jurisdiccionales, en los que el señor desempeñaba funciones públicas, como la administración de justicia, pasasen al Estado. Y que los señoríos territoriales, en los que el señor solo obtenía recursos económicos de la tierra, pasasen a propiedad particular, generalmente de las grandes familias que los habían explotado durante siglos.

La desamortización
Los liberales decretaron la desamortización o venta de los bienes amortizados, es decir, vinculados a ciertas instituciones como la nobleza, el clero, o los municipios, que hasta entonces no podían venderse.
Las primeras medidas desamortizadoras se aprobaron en las Cortes de Cádiz y en el Trienio Liberal; pero el proceso recibió su impulso definitivo durante el reinado de Isabel II. Para ello, en sucesivas leyes, el Estado confiscó y subastó los bienes del clero y abolió los mayorazgos[4] de la nobleza (desamortización de Mendizábal, 1836-1837); y decretó la venta de las tierras comunales[5], de los bienes de propios de los ayuntamientos y de todos los demás bienes amortizados o de “manos muertas”[6] (desamortización general de Madoz, 1855).
Los objetivos de estas leyes eran obtener recursos para el Estado y facilitar el acceso del campesinado a la propiedad de la tierra. Pero los resultados no fueron los esperados. El sistema de venta por subasta benefició a la nobleza y la burguesía, que crearon grandes latifundios; perjudicó a los pequeños propietarios, que no pudieron comprar tierras y se arruinaron tras la venta de las tierras municipales. También resultaron perjudicados los arrendatarios y los jornaleros, ya que los nuevos propietarios endurecieron sus condiciones de trabajo.

Las mejoras agrarias
Consistieron en un aumento de la superficie cultivada, sobre todo de cereales y de vid, una lenta introducción de adelantos técnicos, como uso de fertilizantes y de máquinas; y la extensión del regadío, mediante la construcción de presas y canales.

6. La modernización económica (II). La industria y otros sectores

6.1. La Revolución Industrial en España

Una industrialización lenta y parcial
La primera Revolución Industrial se inició en España hacia 1830. Pero se desarrolló lentamente y de forma parcial, por lo que quedó retrasada respecto a sus competidores europeos. Entre las causas del lento despegue industrial se han señalado:
La baja demanda de artículos industriales, debida al modesto crecimiento de la población y al empobrecimiento del campesinado.
El escaso espíritu emprendedor de la burguesía, que basaba su prestigio social en la posesión de la tierra. Por eso, no invirtió su capital en la industria y lo dirigió a la compra de bienes desamortizados.
Otros factores fueron el atraso tecnológico y la escasez de materias primas, que obligó a costosas importaciones de máquinas y de recursos; y la inestabilidad política, que no impulsó una política económica coherente.




Los principales sectores industriales
Los sectores industriales básicos fueron la minería, la siderurgia y el sector textil.
La minería conoció una fuerte expansión a partir de 1860, y convirtió a España en una importante explotadora de minerales como plomo, hierro, mercurio y cobre. Pero, en buena parte, los minerales se exportaban, en perjuicio de su utilización por la industria nacional.
La siderurgia se inició en Andalucía (1830-1865). Pero ante la inexistencia de carbón mineral, se trasladó primero a Asturias (1865-1880), con abundantes recursos de carbón; y desde 1880, al País Vasco, donde existían minas de hierro.
El sector textil del algodón se concentró en Cataluña. Las fábricas usaron primero máquinas hidráulicas, por lo que se localizaron a lo largo de los ríos. Luego emplearon máquinas de vapor, que las ubicó junto a los puertos importadores de carbón. También se desarrolló en Cataluña una importante industria lanera, que importó la lana de Australia y Alemania.

6.2. Otros sectores económicos
La modernización del transporte fue posible gracias a la Ley de Carreteras de 1851, la Ley de Ferrocarriles de 1855 y la llegada de capital extranjero.
La red de carreteras se amplió, hasta alcanzar 16.807 km en 1874. La red ferroviaria se inició con la construcción de las líneas Barcelona-Mataró (1848) y Madrid-Aranjuez (1851). Desde 1855 se construyó una red radial, que conectaba Madrid y los principales puertos. También se inauguraron los primeros tranvías, arrastrados por mulas, en ciudades como Madrid y Valencia.
El sistema comercial se unificó con la introducción, en 1858, del sistema métrico decimal. No obstante, el comercio interior fue escaso por la reducida demanda interna. Y el comercio exterior sufrió la pérdida de las colonias americanas, que hasta entonces habían compensado la escasa capacidad de compra de la población española.
Las finanzas y el capitalismo crecieron de forma limitada. Se crearon sociedades anónimas; bancos públicos (Banco de España, 1856); bancos privados (Bilbao y Santander, fundados en 1857); y las Bolsas de Madrid (1831) y Barcelona (1851).

La minería entre 1833 y 1868
La minería explotó los yacimientos de carbón del norte (Asturias y León), y las minas de hierro (País Vasco, Cantabria), cobre (Riotinto), plomo (Linares-La Carolina, Córdoba) y mercurio (Almadén).

La producción siderúrgica
La siderurgia se inició en Andalucía, donde en 1831 se instaló el primer alto horno (La Constancia, en Málaga). Pero la carencia de carbón y mineral de hierro hizo que a partir de 1840 la actividad se trasladara al norte: primero a Asturias, y después al País Vasco.

La industria textil catalana
Las fábricas textiles se conocían en Cataluña como vapores. Podían ser de lana –la fibra tradicional- o de algodón –la fibra ligada a la Revolución Industrial europea-.
La primera fábrica movida por vapor fue la de Bonaplata, fundada en 1833. Luego los vapores se extendieron sobre todo por las comarcas de Sabadell y Terrassa.

La modernización de los transportes
Esta fue la primera línea férrea en territorio peninsular en el año 1848, ya que el primer ferrocarril español se inauguró en 1837 en Cuba.
La construcción de la red ferroviaria se aceleró a partir de 1855, tras la promulgación de la Ley General de Ferrocarriles.





7. La sociedad de clases

7.1. Los grupos sociales
En el siglo XIX, la sociedad estamental del Antiguo Régimen fue sustituida por una nueva sociedad de clases basada en el poder económico de cada individuo.
Como consecuencia, los grupos sociales se incluyeron en tres clases, según su riqueza:
La clase alta era un grupo reducido que comprendía a la antigua nobleza y a la burguesía.
La antigua nobleza terrateniente perdió sus privilegios. Pero consolidó su riqueza al lograr la propiedad privada de los señoríos y aumentarlos con la compra de tierras desamortizadas.
La burguesía era poco numerosa, pero incrementó su poder. En unos casos estuvo vinculada a la industria (Cataluña, País Vasco); y en otros, a las actividades comerciales y agrarias (Andalucía, Valencia, etc.). Una parte intentó imitar el modo de vida de la nobleza, invirtiendo en tierra desamortizada o tratando de ennoblecerse con enlaces matrimoniales.
La clase media no fue numerosa. En el campo comprendía a los medianos propietarios agrarios; y en las ciudades, a funcionarios, oficiales del Ejército, profesionales liberales (médicos, abogados, notarios), propietarios de talleres artesanos y pequeños comerciantes.
La clase baja incluía, en el campo, a los pequeños propietarios, arrendatarios y jornaleros; y en las ciudades, a los empleados, asalariados y obreros de las fábricas, que constituían un naciente y todavía escaso proletariado industrial.

7.2. Conflictos sociales y movimiento obrero
Los conflictos sociales se debieron a las malas condiciones de vida de los grupos más desfavorecidos. Los jornaleros agrarios padecían bajos salarios y paro estacional por lo que promovieron numerosas revueltas duramente reprimidas (Arahal en 1857, Loja en 1861). Por su parte, los obreros industriales sufrían largas jornadas laborales, bajos salarios, falta de seguros, explotación de mujeres y niños, y penosas condiciones de vida.
El movimiento obrero surgió para hacer frente a estos problemas.
En sus inicios tuvo un carácter reivindicativo, y se manifestó en destrucciones espontáneas de máquinas. Fue el caso de Alcoy, en 1821; y de Barcelona, en 1835. También se crearon asociaciones obreras para reivindicar mejoras laborales, pero apenas tuvieron importancia hasta el Sexenio Revolucionario.
A partir de 1868 se difundieron las ideologías presentes en la Primera Internacional: sobre todo el anarquismo, con el napolitano Giuseppe Fanelli; y, en menor medida, el socialismo marxista, con Paul Lafargue. En 1870 se fundó la Federación Regional Española (FRE), integrada en la Asociación Internacional de Trabajadores.

8. La cultura y el arte (I). Goya

8.1. El progreso cultural
Los centros culturales se multiplicaron en el siglo XIX. Entre ellos destacaron las academias; los museos, como el Prado (1819) y el Museo Arqueológico (1867); y algunas instituciones privadas, como el Ateneo de Madrid (1835) y los Liceos Artísticos y Literarios.
La literatura aportó grandes figuras en el Romanticismo (el duque de Rivas, José Zorrilla, José de Espronceda, Gustavo Adolfo Bécquer y Rosalía de Castro), el realismo (Benito Pérez Galdós y Leopoldo Alas Clarín) y el naturismo (Emilia Pardo Bazán). La prensa también alcanzó una gran difusión.

8.2. Goya, un genio entre dos siglos
Francisco de Goya y Lucientes (1746-1828) fue el pintor más destacado de la segunda mitad del siglo XVIII y de principios del XIX. Su pintura no puede encuadrarse en ninguna de las corrientes pictóricas de su época, pues desarrolló un estilo propio que anticipó movimientos pictóricos posteriores tan diversos como el Romanticismo, el Impresionismo, el expresionismo y el surrealismo. En su obra pueden diferenciarse varias etapas.


1774-1792. Cartones y retratos
Al finalizar sus estudios se instaló en Zaragoza, donde realizó los frescos de la bóveda de la basílica del Pilar. Poco después se casó, y su cuñado, el pintor Francisco Bayeu, facilitó su contratación como pintor de cartones para tapices, que servían de boceto a los tejedores de la Real Fábrica de Tapices de Madrid. En ellos representó temas populares y alegres, pintados con un brillante colorido, como La gallina ciega, El quitasol, El pelele y La vendimia.
Gracias a ello ganó prestigio, y fue recibido como miembro de la Academia (1780) y nombrado “pintor de cámara” de Carlos IV (1789).

1792-1814. Retratos, cuadros y grabados
Tras contraer una grave enfermedad quedó sordo y dejó su actividad como pintor de tapices. Realizó entonces magníficos retratos de los reyes como La familia de Carlos IV; y de personajes nobiliarios, como la duquesa de Alba, la condesa de Chinchón y las majas, vestida y desnuda. Estas obras se caracterizan por la pincelada suelta, la preocupación por la luz y la penetración psicológica de los personajes.
También ejecutó sus primeros grabados, Los Caprichos, una sátira de la sociedad de su época que anticipa el surrealismo posterior.
Durante la guerra de la Independencia pintó cuadros que mostraron la crudeza del conflicto, como El dos de Mayo y El Tres de Mayo en Madrid, más conocido como Los fusilamientos de la Moncloa; y también una serie de grabados pesimistas, denominados Los Desastres.

1814-1828. Pinturas negras y exilio
Tras la guerra, durante el reinado de Fernando VII, enfermo y sordo, se refugió en una casa de campo a orillas del Manzanares. Entre 1820 y 1823 decoró las paredes de la casa con las “pinturas negras”, llamadas así por su colorido de negros y grises y por sus temas pesimistas. Entre ellas destacan Saturno devorando un hijo o El Aquelarre, que constituyen un precedente de la pintura expresionista.
En 1824, debido a sus ideas afrancesadas, tuvo que exiliarse a Francia. Allí pintó dibujos y cuadros, como La lechera de Burdeos. En ellos recuperó el interés por el color, la luz y la belleza, y empleó pinceladas sueltas y libres que anunciaban el Romanticismo y el impresionismo.

9. La cultura y el arte (II). El Romanticismo y el realismo

9.1. El Romanticismo
La corriente romántica fue dominante en España hasta finales del reinado de Isabel II.
La arquitectura adoptó el historicismo, un estilo inspirado en los rasgos arquitectónicos del pasado. Así se realizaron numerosos edificios en estilo neorrománico (basílica asturiana de Covadonga), neogótico (concatedral de Castellón), neomudéjar (edificio de Correos de Zaragoza), o clasicista (Congreso de los Diputados de Madrid, Liceo de Barcelona). Muchos de ellos fueron edificios civiles, como mercados, ayuntamientos, bancos, bolsas, teatros, museos, etc.
La nueva arquitectura del hierro y del cristal, relacionada con la Revolución Industrial, se empleó en edificios funcionales. Entre ellos estaciones de ferrocarril, como la estación de Atocha en Madrid (1851) y la estación del Norte en Barcelona (1862), y puentes, como el de Triana en Sevilla (1852), realizado en hierro fundido sobre el Guadalquivir, o el puente colgante de Valladolid sobre el río Pisuerga (1865).
La escultura tuvo escaso desarrollo en España. Sus realizaciones más habituales fueron los retratos y los monumentos urbanos, en muchos casos dedicados a personajes de la época.
Entre los escultores más representativos se encuentran José Gragera, autor del monumento a Juan Álvarez Mendizábal, y Ricardo Bellver, cuyo Ángel caído es la única estatua del mundo dedicada al demonio.
La pintura concedió gran importancia al color, a la luz y al movimiento. La corriente dio lugar a cuadros de temática variada. Así, Leonardo Alenza y Eugenio Lucas Velázquez cultivaron temas trágicos, satíricos y costumbristas, en los que se acentuaba lo pintoresco y lo típico Jenaro Pérez Villaamil pintó paisajes. Y Federico Madrazo destacó en el género histórico y en los retratos.


9.2. La pintura realista
En la segunda mitad del siglo XIX se impuso la tendencia realista, que se centró en el llamado realismo histórico o pintura de historia, muy demandada por las instituciones y en los concursos pictóricos.
En general, son cuadros de gran tamaño y colores sobrios, en los que se concede gran importancia al detalle y a la verosimilitud de la representación. Los temas representan acontecimientos del pasado, sobre todo medievales o del imperio español; o hechos contemporáneos, como los sucedidos en la guerra de la Independencia, donde son frecuentes los retratos.
Los pintores más destacados fueron Mariano Fortuny, con La batalla de Tetuán; Casado del Alisal, autor de La rendición de Bailén; Antonio Gisbert, cuya obra más conocida es El fusilamiento de Torrijos, y Eduardo Rosales, con El testamento de Isabel la Católica.

10. Andalucía durante la crisis del Antiguo Régimen

10.1. De la guerra de la Independencia al Sexenio Revolucionario

La guerra de la Independencia (1808-1813)
En la guerra de la Independencia, los andaluces constituyeron Juntas de Defensa en Sevilla, Granada y otras ciudades, y la Junta Suprema central tuvo su sede en Cádiz por ser el último territorio que resistía a los franceses.
Durante la contienda se formaron en Andalucía guerrillas, como la del coronel Villalobos, que actuó en Almería y Granada; y la del alcalde de Otívar, en Granada. También aquí se organizó un ejército mandado por el general Castaños, que derrotó al francés del general Dupont en la batalla de Bailén (1808). Y el 24 de septiembre de 1810 se reunieron las Cortes de Cádiz, que elaboraron y aprobaron la Constitución de 1812.

El reinado de Fernando VII (1814-1833)
En el reinado de Fernando VII, el liberalismo arraigó en aquellas ciudades donde la burguesía era importante. Este hecho originó numerosos levantamientos, como el protagonizado por Riego en Cabezas de San Juan (1 de enero de 1820) al frente de un ejército preparado para reprimir la independencia de las colonias americanas, que dio origen al Trienio Liberal. Durante la Década Ominosa se produjeron el pronunciamiento del general Torrijos (Málaga, 1831) y la condena a muerte de la granadina Mariana Pineda por bordar una bandera para los liberales de la ciudad (1831).

El reinado de Isabel II y el Sexenio Revolucionario (1833-1874)
En el reinado de Isabel II muchos andaluces participaron en la política nacional, caso de Mendizábal y de los generales Narváez y Serrano.
La Revolución de 1868, que finalizó con el destronamiento de Isabel II, también se inició en Andalucía, con la sublevación en Cádiz del almirante Topete y los generales Prim y Serrano.

10.2. La desamortización y sus consecuencias
La desamortización provocó el aumento de la riqueza y poder de la alta burguesía y de la nobleza terrateniente, que compraron tierras desamortizadas. También benefició a parte de la clase media y a personas residentes en Madrid o que ocupaban cargos políticos. Frente a ellos, quedó un numeroso proletariado agrícola, compuesto por jornaleros sin tierras sumidos en la miseria.
El descontento del campesinado ante esta situación se expresó unas veces mediante la ocupación de tierras, caso de Casabermeja (Málaga, 1840), y otras a través de violentas agitaciones campesinas, como las ocurridas en Sevilla, Utrera y el Arahal (1854), realizadas por Sixto Cámara; y en Loja (1861), protagonizada por Pérez del Álamo. En el Sexenio Revolucionario, el campesinado andaluz se inclinó hacia el anarquismo.




10.3. El proceso de industrialización
La minería andaluza ocupó un lugar predominante en el conjunto nacional hasta mediados del siglo XIX. En la región se explotaron minas de plomo en Linares (Jaén) y en la sierra Almagrera (Almería), cobre y piritas en Riotinto (Huelva) y hulla en Peñarroya-Pueblo Nuevo (Córdoba).
La siderurgia fue importante entre 1833 y 1866. Estuvo impulsada por Manuel Agustín de Heredia, en Marbella y Málaga; y por Narciso Bonaplata, en el Pedroso (Sevilla). También hubo ferrerías en la Garrucha (Almería). Pero, en general, usaban carbón vegetal y no pudieron competir con la siderurgia vizcaína, alimentada con carbón mineral.
La industria textil del algodón fue promovida por las familias Larios y Heredia en Málaga. Pero no pudo competir con la industria textil catalana y decayó a partir de 1880.
La red ferroviaria se instaló muy lentamente en Andalucía. En 1854 se inauguró el primer enlace entre Jerez y el Puerto de Santa María.



[1] Guerrillas. Forma de lucha constituida por partidas armadas de civiles, que no presentan una batalla formal al enemigo, sino que utilizan sus conocimientos del terreno para realizar ataques por sorpresa y dificultar su dominio del territorio.
[2] Criollo. Persona de origen europeo nacido en el continente americano.
[3] Abrazo de Vergara (29 de agosto de 1839). Acuerdo, plasmado en el abrazo que se dieron el general isabelino Espartero y el general carlista Maroto, con el que finalizó la primera guerra carlista (1833-1839). En el acuerdo, los carlistas se comprometían a entregar las armas y a acatar la Constitución de 1837. A cambio, mantenían su empleo y grado, o solicitaban el retiro recibiendo su sueldo íntegro.
[4] Mayorazgos. Conjunto de bienes pertenecientes a la nobleza, que estaban vinculados entre sí y no podían dividirse ni venderse. Así, eran heredados sólo por uno de los hijos, generalmente el mayor.
[5] Tierras comunales. Territorios municipales explotados conjuntamente por todos los vecinos del municipio bajo unas normas establecidas, como usar ciertas áreas de monte o de pastos.
[6] Manos muertas. Bienes que no se podían comprar, cambiar o vender por no permitirlo las reglas de las instituciones a las que pertenecían; o por las condiciones en las que habían sido legados (la herencia de un benefactor ya muerto cuya voluntad no se podía alterar). Este era el caso de los mayorazgos de la nobleza y de los bienes de los ayuntamientos y de la Iglesia. El término se aplicaba especialmente a los bienes de la Iglesia, por proceder en muchos casos de donaciones realizadas por particulares tras su muerte.


Editorial Anaya

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