viernes, 5 de mayo de 2017

GeH Bloque 3. La Revolución Industrial

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Bloque 3. La Revolución Industrial

Contenidos

La revolución industrial. Desde Gran Bretaña al resto de Europa.
La discusión en torno a las características de la industrialización en España: ¿éxito o fracaso?

Criterios de evaluación

1. Describir los hechos relevantes de la revolución industrial y su encadenamiento causal.
2. Entender el concepto de “progreso” y los sacrificios y avances que conlleva.
3. Analizar las ventajas e inconvenientes de ser un país pionero en los cambios.
4. Analizar la evolución de los cambios económicos en España, a raíz de la industrialización parcial del país.

Estándares de aprendizaje evaluables

1.1. Analiza y compara la industrialización de diferentes países de Europa, América y Asia, en sus distintas escalas temporales y geográficas.
2.1. Analiza los pros y los contras de la primera revolución industrial en Inglaterra.
2.2. Explica la situación laboral femenina e infantil en las ciudades industriales.
3.1. Compara el proceso de industrialización en Inglaterra y en los países nórdicos.
4.1. Especifica algunas repercusiones políticas como consecuencia de los cambios económicos en España.

El socialismo marxista

El marxismo o socialismo científico fue elaborado por Karl Marx (1818-1883) y Friedrich Engels (1820-1895). La estancia de Engels en Manchester, donde se ocupó de la fábrica de su padre, le permitió tomar conciencia de la situación de los obreros, conocer a Owen y empezar a colaborar con Marx. En 1848 publicaron juntos el Manifiesto del Partido Comunista (conocido como Manifiesto comunista), un resumen de su doctrina social y política.
El Manifiesto comunista hizo posible la unificación de las viejas tesis de los socialistas utópicos con las de algunos historiadores burgueses, basadas en la idea de que la historia de la sociedad no ha sido más que la historia de la lucha de clases.
 Según los marxistas, las relaciones sociales derivadas de la producción determinan la estructura socioeconómica de cada una de las etapas de la evolución de la humanidad. Marx denominó a estas etapas modos de producción. En el seno de cada modo de producción se desarrollan siempre nuevas fuerzas productivas que engendran una nueva clase social en antagonismo con la antigua clase dominante. Este antagonismo, es decir, la lucha de clases, es para los marxistas el motor del cambio social en la historia.
En la época de Marx y Engels se estaba desarrollando el modo de producción capitalista: la sociedad se dividía en dos clases antagónicas, burguesía y proletariado. Esta etapa se caracterizaba por la lucha entre los burgueses, que poseían los medios de producción, y el proletariado, que solo poseía su fuerza de trabajo que vendía al patrono a cambio de un salario.
La burguesía había sido revolucionaria en el pasado, hasta que acabó con todos los vestigios del mundo feudal; pero luego quedó anclada en las contradicciones del sistema capitalista, lo que –según Marx- llevaría a la destrucción de este sistema.
El trabajo más importante e influyente de Marx fue El capital, cuyo primer volumen se publicó en 1867. En esta obra se planteaba que hay una gran diferencia entre el valor de lo que produce el obrero y la retribución que le da el patrono por su trabajo. Esta diferencia, a la que Marx denomina plusvalía, es la base de la acumulación capitalista y sirve para medir la explotación del trabajador, ya que cuanto más alta sea la plusvalía, mayor será la explotación del trabajador por parte del patrono.
El socialismo marxismo postulaba la conquista violenta del poder por el proletariado, la sustitución del sistema capitalista por otro sin clases y sin propiedad privada, y la transformación del “Estado burgués” en una dictadura del proletariado, forma transitoria de Estado hasta alcanzar la sociedad comunista, en la que el Estado no sería necesario.
El marxismo fue la base ideológica de una parte de los movimientos revolucionarios de la segunda mitad del siglo XIX y todo el siglo XX. Se expandió tras la Revolución rusa de 1917.

Transformaciones económicas y sociales durante el siglo XIX en Andalucía

El impacto de las desamortizaciones
Las desamortizaciones propuestas tuvieron importantes consecuencias en la estructura de la propiedad agraria andaluza. Un gran volumen de parcelas pasaron a manos privadas, lo que significó la consolidación de la gran propiedad agraria en Andalucía, sobre todo en el valle del Guadalquivir (Sevilla y Córdoba).
De este modo, la reforma agraria liberal consolidó la división social entre grandes propietarios y una enorme cantidad de campesinos sin tierras (jornaleros), más empobrecidos todavía al verse privados del uso de las parcelas comunales y de sus beneficios.
Tampoco comportó una modernización agrícola: se siguió con los cultivos tradicionales, la utilización intensiva de mano de obra barata y escasa mecanización. No obstante, hubo una expansión del olivar y se ampliaron los cultivos de algodón, la caña de azúcar y el tabaco.
La vid atravesó una primera etapa expansiva, pero pronto le afectó la plaga de la filoxera (1878). A pesar de ello, aumentó la exportación de vinos jerezanos y de aceite en los últimos años del siglo XIX.

El fracaso de la industrialización
A principios del siglo XIX, Andalucía tenía grandes posibilidades de liderar en España la industrialización. Poseía abundantes recursos agrícolas y mineros, capitales provenientes del comercio americano y una población relativamente abundante. Sin embargo, a finales de siglo se hizo evidente el fracaso del modelo industrializador.
Las razones que frustraron los intentos industrializadores en Andalucía tienen mucho que ver con la ausencia de una burguesía industrial. La gran burguesía comercial andaluza, enriquecida por el tráfico comercial con América, mostró poco interés en invertir en la industria.
La burguesía, al igual que las grandes fortunas nobiliarias, se dirigió más a la compra de tierras, de fincas urbanas y de acciones ferroviarias que a la consolidación de una estructura industrial propia sostenida por un sector financiero andaluz.
También influyeron la falta de combustible a buen precio (carbón) y la debilidad del mercado como consecuencia de la escasa capacidad de consumo de los campesinos, en su mayoría jornaleros pobres.
El resultado de todo ello fue el mantenimiento de una estructura económica basada en la agricultura, escasamente modernizada, y en la que los beneficios se invertían, en todo caso, fuera de la región.

Industria y minería
La industria siderúrgica andaluza se ubicó a finales de la década de 1820 en Málaga, con la construcción en Marbella de los hornos de fundición de La Concepción. En los años siguientes surgieron otras empresas similares en diversas zonas de Málaga y Sevilla.
Aprovechando las guerras carlistas, que paralizaron las ferrerías del norte de España, las siderurgias andaluzas vivieron una etapa de expansión que se vio favorecida por la construcción, a partir de 1859, de las primeras líneas de ferrocarril.
La industria textil con el objetivo de satisfacer la demanda del mercado regional se desarrolló, sobre todo en Málaga.
Este impulso industrial se extendió también por Sevilla (fábrica de loza de La Cartuja), Cádiz (industria vitivinícola jerezana) y Almería (industria de fundición).
La actividad minera se reactivó en la década de 1820. Se explotó el plomo de la zona almeriense, pero entró en declive a finales de siglo. A mediados de la centuria la obtención de plomo se inició en la Sierra Morena (Linares, La Carolina…).
A finales del XIX se explotaron los yacimientos carboníferos (Peñarroya), las minas de hierros en las sierras almerienses de Los Filabres y Bédar, y las de cobre en Huelva (Riotinto).

Una sociedad agraria
Durante el siglo XIX, la población andaluza casi se duplicó, y finales de la centuria alcanzaba los 3.400.000 habitantes.
La sociedad andaluza siguió dominada por una oligarquía agraria, formada por grandes terratenientes, muchos de ellos nobles que habían comprado tierras desamortizadas y se habían enriquecido con la subida de los precios agrarios. La burguesía comercial, muy importante en las zonas costeras, se vio perjudicada por el hundimiento del mercado americano y, gran parte, se dedicó a las finanzas o incluso a la compra de tierras para poder vivir también de las rentas agrarias.
La vieja nobleza y la nueva burguesía agraria constituían la élite social que junto a la iglesia controlaban la vida social, política y cultural andaluza. Emparentados entre sí, tejieron una red de relaciones sociales e impusieron unos modos de vida muy ligados a la tradición.
Los campesinos constituían más del 70% de la población y muchos de ellos eran jornaleros sin tierras. No podemos olvidar la existencia de minorías tan importantes como los gitanos, que vivían una fuerte marginación social. Las miserables condiciones de vida de los grupos más desfavorecidos dieron lugar a huelgas y acciones reivindicativas, y hacia finales de siglo empezaron a emigrar a otras regiones españolas, América Latina y Argelia.

Conflictos sociales y organizaciones obreras
La precaria situación de campesinos y asalariados urbanos se agravaba con las periódicas crisis de subsistencia (malas cosechas, aumento del precio del pan, etc.), que provocaban hambre en muchas zonas. La crispación social se plasmaba en el campo, en acciones similares a los movimientos de carácter ludita (asaltos, robos, incendios de pajares y cosechas, etc.). Las cuencas mineras también fueron un foco de conflicto, sobre todo en Huelva.
El pensamiento anarquista se extendió rápidamente por Andalucía alcanzando los 60.000 afiliados, muy concentrados en Málaga, Cádiz y Sevilla. Por su parte, los socialistas tuvieron un crecimiento mucho más débil, aunque en 1885 se crearon en Málaga la primera Agrupación socialista de Andalucía.

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